Premios y reconocimientos

2017

Recibe la cruz 'Pro Ecclesia et Pontifice' (Discurso completo)

 

Una desconcertada y profunda gratitud

Es un don y un regalo, una gran la liberalidad de Su Santidad el Papa Francisco y de la Santa Sede realmente, la distinción que se me ha concedido, y me deja agradecido y endeudado. Y es así porque, por mi parte, no he llevado a cabo sino mi tarea de escritor y periodista inserto en la antigua historia de las letras europeas y españolas y católicas que han estado abiertas a las preocupaciones religiosas y culturales, y han sido corrientes en España hasta hace no tanto tiempo, y necesariamente no sin que hasta la lengua se haya resentido, como ya nos dijo Mandelstam que había ocurrido con el ruso en los tiempos del enciclopedismo agresivo.

Pienso luego que esta distinción tiene que ver con aquel nuestro antiguo proyecto ya realizado de Las Edades del Hombre y quiero recordar de manera especial a don José Velicia, a quien debió de ir o hubiera ido sin duda esta distinción que hoy se me hace, a doña Eloísa Garcia de Wattenberg, a quien ya se concedió esta misma distinción papal que ahora se me otorga a mí, al arquitecto don Pablo Puente y los otros amigos que plasmaron la idea que llamamos como digo Las Edades del Hombre, en la que colaboré y que se hizo posible gracias a la acogida de los señores obispos de esta Archidiócesis y de la Junta de Castilla y León.

La exposición permitió a muchos habitantes de estas tierras de la meseta y otras tierras españolas conocer el patrimonio de la Iglesia de Castilla y León, y reconocer obras de arte que habían servido al culto y que eran suyas, y ellos se sentían siendo más por ellas y su significado, lo que es el propósito de la cultura, y esto es de primera importancia. Así que se tuvo la idea de abandonar la forma académica de mostrar el arte, encarnando en el quicio sobre el que giraría un tiempo o una historia dramatizados. La visión de pintura y escultura, combinadas con unas cuantas informaciones, la música y los libros, haría que, el visitante tuviera una especie de encuentro singular con todo ello, en un ámbito más o menos llamativo. Hicimos una especie de ensayo y resultó que acertamos.

Realmente todo era una gran novedad, porque el arte en Castilla ha sido víctima de la desamortización, en algunas zonas de la guerra civil, y las más veces de la incuria. Nos hemos llegado a encontrar unas tablas flamencas de escalones de la subida a la torre en una iglesia abandonada hacía años, pero también nos hemos encontrado maravillas en los conventos de clausura y aún en parroquias, sumamente cuidadas.

Como yo era escribidor y periodista, y había alborotado un poco con la corresponsalía en Roma en algunas temporadas del Concilio, y todos los amigos éramos italianizantes, hice algo parecido a un guión y por ahí, los demás amigos dieron las vueltas que les pareció, y sin duda resultó algo hermoso. Pero no tengo ningún título especial al respecto de estas exposiciones, como no le tengo el de llevar el honor o el sambenito de novelista católico.

«No hay novelistas católicos, si lo sabré yo que soy uno de ellos», decía Monsieur François Mauriac, pero entre nosotros, nadie menos que don José Ortega y Gasset se empeñó en llamar una pintura religiosa al retrato de la Madre Jerónima, una monja aristócrata toledana, pintada por Velázquez.

Pero fue el Papa Gregorio I (590-604) el que afirmó enérgicamente que las pinturas no son sacramentos ni epifanías divinas, sino asunto de este mundo, cosa de hombres. De manera que esto fue lo que hizo que en Occidente no haya habido pintura o arte religioso o sagrado, en sentido estricto, como en el Oriente cristiano, y que la literatura esté, en la misma relación con el cristianismo, que el arte y la cultura entera, de manera que el tema literario o los personajes novelísticos no hacen que una obra literaria sea católica y como han mostrado Pierre de Boisdeffre y Mons. François Ducaud-Bourget, nadie daría un ochavo por la simple ortodoxia de cierta literatura con ese nombre por lo cual rechazan la fórmula de "escritores católicos" y utilizan la de "católicos de literatura" o "en la literatura", si es que alguien necesita estos nominalismos.

El asunto es completamente distinto, pongamos por caso, si hablamos de una escritora como Flannery O´Connor, que es una mujer de un talante vital y cultural católicos, diríamos que como Rubens, y no hace falta hacer muchas investigaciones históricas para preguntarse cómo podría dejar de ser católica la visión de Shakespeare, y cómo no podría serlo El Paraíso perdido, de John Milton; y es de talante católico el mundo literario de Gabriel Miró pero el mundo de Azorín, tan español como el de Miró, está mirado, a veces, con ojos bien distintos, casi perfectamente laicos, como los de la Institución Libre de Enseñanza.

Cuando Flannery O´Connor fue preguntada por la crítica sobre su denominación católica, que resultaba ambigua en su mundo, dio las explicaciones de Jacques Maritain que escribía simple y sencillamente, como ya lo había hecho Santo Tomás de Aquino, que un artista cristiano era quien se mantenía en el desempeño de un hábito del intelecto práctico y no del especulativo al que pertenecía la teología, y su deber era contar historias convincentes de seres humanos, fuesen éstos quienes fuesen. Lo que la misma Flannery O´Connor dio en versión literaria a sus lectores: «No hay vez que piense en el novelista católico y en sus problemas sin que me venga a la memoria la leyenda de San Francisco y el lobo de Gubbio. Cuenta esta leyenda que San Francisco convirtió a un lobo. No sé si lo convirtió de verdad ni si el carácter del lobo mejoró mucho tras su encuentro con San Francisco. En cualquier caso, se sosegó una barbaridad. Pero la moraleja de esta historia, al menos para mí, es que el lobo, pese a la mejoría de su carácter, siguió siendo un lobo. No importa cuánto pueda contribuir la Iglesia a la mejora de su carácter; pero, si es novelista, debe seguir siendo fiel a su naturaleza como tal».

Flannery O´Connor podía decir así las cosas, sencillamente por su ascendencia y ambiente familiar y social de americana irlandesa, una fe y un talante católicos, como es mi caso, pero incluso un no creyente, como Santayana puede también tener un talante cultural católico y escribir de sí mismo: «Era hijo de la cristiandad; mi herencia procedía de Grecia, de la Roma antigua y moderna, de la literatura y filosofía de Europa. La historia y el arte cristianos contenían todas mis mediciones espirituales, mi lenguaje intelectual y moral». Y desde luego es más que dudoso que alguien en relación con lo que es cultura pueda prescindir no ya de personalidades y obras tan fundantes en ciertos aspectos de la poética y de la formulación estilística como las de Santa Teresa y San Juan de la Cruz, o del Maestro fray Luis, los maestros salmantinos o Vives, pero tampoco podría dejar de ser heredero de una cierta manera de humanidad. Y el historiador ruso, Grígori Pomerants asegura, por eso, que en la Rusia del siglo XX, «el cristianismo comenzó para millones de rusos con la lectura de La casa de Matriovna de Solzhenitsyn, que no aborda un tema cristiano, ni el cristianismo aparece allí invocado en ningún aspecto, pero está en la entraña misma de la lengua y del significado de una estructura narrativa». Y no es tampoco posible olvidar que la narración es un invento bíblico.

No creo haber ido nunca más allá de esto. De manera que el regalo y consideración personales que acabo de recibir con esta distinción papal sólo podría relacionarlo en un sueño o con un cuento que pudiera imaginar protagonizados por un Papa, hablando con Matriovna que tenía una casa medio caída, una cabra y un gato cojo, pero era feliz tranquila, o hablando también con otros personajes de mis cuentos como la señora Claudina o el Licenciado Palacios, tío de la mujer de Cervantes, al que trajeran una medalla del Papa pasando por Constantinopla. Pero ocurre que esta es una distinción Papal verdadera, y le ruego entonces, señor Cardenal, que Su Eminencia reciba y comunique donde se conceden estas distinciones en nombre del Santo Padre, para que se acepte mi desconcertada y profunda gratitud, aunque precisen tanta liberalidad al menos como supone el hecho de que me haya sido concedido este honor. MUCHAS GRACIAS.

                        José JIMÉNEZ LOZANO

 

<< volver