Poética

Una estética de la brevedad

Una estética de la brevedad

Norman Friedman publicó en 1958 el artículo: «What makes a short story short?» (Modern Fiction Studies). El título es un juego de palabras que sólo se mantiene en inglés, lengua en la que la palabra corto está en la misma denominación del cuento contemporáneo y en el que la brevedad es el tema de reflexión central. En «¿Qué hace breve un cuento breve?», que es la traducción española, Friedman considera con cautela, rebajando en cierto modo la rotundidad de las famosas afirmaciones de Poe, que la brevedad es síntoma y no rasgo causal del cuento, y debe ser tenida como tal. El crítico estudia este rasgo en función de lo que él llama la acción, atendiendo a la definición aristotélica. La conclusión a la que llega, después de analizar una selección de relatos de Tolstoi, Joyce y Steinbeck, entre otros, es la siguiente: «Un cuento puede ser breve porque su acción sea breve por naturaleza; o porque su acción, siendo extensa, resulte reducida en su extensión por medio de los recursos de la selección, la escala y/o el punto de vista. Nadie puede decir de antemano que la razón de la brevedad de un cuento esté en el número de palabras». Y añade que lo que el crítico está llamado a hacer es preguntarse por el cómo y el porqué al reconocer la brevedad. De hecho, él mismo se hace estas preguntas y llega a darse una respuesta general: los cuentos son breves bien porque el objeto que tratan es de «alcance reducido», bien por la manera de tratar el objeto representado (omitiendo partes), o porque se establecen silencios, o se condensa la acción.
A la tesis de Friedman, habría que añadir ese carácter de selección de un fragmento que atiende a la totalidad y , por eso, actúa como un acontecimiento intenso: «Y ésta es siempre la estética del relato, tenga media o mil páginas, y se denomine como se denomine: la estética de lo pequeño y fragmentario, particular y cotidiano -sin la mentira del argumento, diría Joyce-, lo visto y oído, o ya contado pero que nos concierne en cuanto hombres, porque es hermoso y terrible, o lleno de alegría y todavía no existe. Porque es memoria de hombre que murió bajo el látigo o en la esperanza y su vida está inconclusa, exigiendo la compensación ética de su narración» ("Por qué se escribe", 1992).
Creo que a las dos razones que aduce Friedman para la brevedad se podrían sumar otras. En el caso de Jiménez Lozano se podrían añadir las dos que él mismo aporta: una estética de lo pequeño y de lo fragmentario. Intrínsecamente relacionadas, la primera depende de una visión de la historia de los hombres; la segunda, de una concepción antropológica de los hombres que pueblan sus historias. Ahora lo que interesa consignar es en qué sentido son breves los relatos de Jiménez Lozano. Son breves los cuentos, que oscilan entre una decena de páginas -algunos textos de El santo de mayo o de El grano de maíz rojo-, y los microrrelatos de El cogedor de acianos -los hay de tres párrafos- y de Un dedo en los labios. Pero también las novelas, que no van más allá de 200 páginas. Incluso, la brevedad y el carácter fragmentario de sus obras dificultan en algunos casos la distinción genérica: un caso paradigmático es el de Libro de visitantes, que no supera las cincuenta páginas: ¿es novela?, ¿es cuento?, ¿es eso que el autor llama genéricamente historia? Además, está a su vez compuesto por relatos fragmentarios en torno a un hecho central, el nacimiento de Jesús, que sólo se nos da a través de lo que genera a su alrededor.
Este dato objetivo, la brevedad de sus escritos, nos puede llevar a otra reflexión. La emprendo de la mano del autor, trayendo los textos en los que ha abordado la brevedad, desde diferentes perspectivas. El orden que establezco permite ver la coherencia interna de su pensamiento: para ello partiré de la obediencia del autor al origen de la escritura de todos los tiempos, seguiré indagando en el porqué de esa obediencia que, además, encuentra un aliado en su historia personal, veremos cómo la brevedad se hace preferencia inevitable, y cómo llega a enraizarse en honda cosmovisión, fruto de una reflexión sobre la historia y el devenir humanos. Desde estos testimonios, creo que se puede concluir que la brevedad, siendo rasgo y dato de la escritura de Jiménez Lozano, posee un origen genéticamente anterior: el carácter de fragmento, ligado a una antigua y a la vez nueva forma de conocimiento.

 
«En el principio y desde el principio fue el relato pequeño y testimonial de la existencia particular el único camino de acceso al saber sobre el mundo y los hombres» ("La reconstrucción del recuerdo", en La balsa de la Medusa, 1990). A esta forma antigua del principio quiere el autor volver, al relato bíblico que rescata a los personajes pequeños  y que deja espacio a lo que sucede pero no se posee: «Pensando, por ejemplo, en la historia del sacrificio de Isaac, uno se percata de lo brevísima que es, y de que cuando padre e hijo van subiendo al monte sólo se cuentan la pregunta de Isaac y la escueta respuesta de su padre. ¿Cuánta psicología y estudio de sentimientos haría un narrador moderno e interpretativo? ¡Ah, pero, si eso se hiciera, no se oirían ni el silencio, ni las pisadas de la burra, sino solamente al escribidor, exhibiéndose!» (correo electrónico del 12 de noviembre de 2007).
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