Poética

La transparencia de las palabras

La transparencia de las palabras

En una entrevista reciente, Jiménez Lozano ponía de manifiesto cómo el punto de arranque de la subversión es la palabra. Las palabras contienen tales tesoros de sabiduría que sin ellas, sin poder nombrar las cosas y expresar la conciencia que de ellas tenemos, nos perdemos a nosotros mismos. Perdemos la conciencia de personas concretas y la del pueblo que se expresa en una lengua común. Por eso, custodiarlas y no admitir su perversión es el comienzo de la salvaguarda crítica de la propia experiencia. La voluntad del escritor es que sean transparentes para nombrar el mundo, las personas y sus circunstancias sin edulcorar y al margen de ideologías, reales. En ellas reside su esperanza («De momento, no ha habido ningún poder en este mundo que haya sido capaz de modificar la lengua. Ninguno»). Pero hay que vigilar que no caigan en manos de quienes las usan para sus fines, porque pretenden comerse «el alma y la vida de los hombres (...) empiezan por cambiar la gramática. Por ejemplo, llaman ‘aldea' a los campos de concentración, ‘defensa de la vida humana' a la pena de muerte... Las cosas deben llamarse por su nombre y la gramática no la tenemos que dejar comer (...) nuestro lenguaje, gracias al que hablamos y pensamos, si las cosas las decimos claras es que las hemos pensado claras. La capacidad de nombrar, la honestidad por nombrar las cosas, y no llamar a una cosa, otra. Hay que decir las cosas como son. No es de hoy, esto del lenguaje políticamente correcto. Por ejemplo, ‘viejo'. ‘Viejo' no tiene nada de malo, es el que ha nacido antes, que alguna vez tendrá que morirse... Es idiota andar llamándole ‘rico en años', porque es mentira, los ha perdido. Y así, lo demás. El problema de nuestra actitud ante los demás es interior. Lo ‘políticamente correcto', además de ser una ortodoxia como otra cualquiera, es muy peligroso porque no nos deja ser nosotros mismos. Hay que ser honestos con el lenguaje» (www.clubcultura.com/clubliteratura/lozano.php).
Las palabras nombran la realidad y hacen acogedora la casa en la que vivimos, nombran las cosas hermosas que nos rodean y que a menudo damos por supuestas. Además, las palabras nos devuelven la ontología del ser y los símbolos que crea la lengua no son otra cosa que la verdad más profunda de las cosas. Esto lo aprendió bien pronto José Jiménez Lozano en su casa familiar. A este respecto, ha contado una de las confidencias que nos permiten entender el descubrimiento de este amor, así como la tensión por aprenderlas, usarlas bien, acogerlas con sorpresa. Nos referimos a la conferencia que dio en la Universidad de Navarra en un acto homenaje al escritor. Antes del relato que transcribo, el escritor señala cómo su diccionario de la infancia fue el uso apropiado de las palabras para nombrar la realidad y la conciencia -visión y agradecimiento- que revelaba el uso o abuso de éstas: "Cuando se decía que la tierra del pequeño jardín o de los tiestos estaba o no estaba amorosa, el diccionario informaba de que el adjetivo amoroso se predicaba de quien sentía amor. María decía que eso se llamaba enamorado o enamorada, y, ¿cómo iba a estar enamorada la tierra? La tierra estaba amorosa porque estaba blanda y acogedora de lo que se plantase en ella, y allí enmadraba como en el amor de una madre (...) a los mendigos que llamaban a la puerta de la casa, los famosos lunes sobre todo, tras informarse de dónde venían, adónde iban, y cuál había sido su vida anterior. Y unos se explicaban como podían, y otros no. Entonces ella comentaba: «¿Ni siquiera ves lo amoroso que es el trozo de pan que te llevas a la boca? ¿Es que no lo distingues de un mendrugo?». El pobre mendigo aguantaba el chaparrón y decía: «¡Dios se lo pague!» Y ella contestaba siempre: «¡Y a ti también te proteja y te enseñe a ver lo que es el pan reciente y amoroso!». Y, luego, dirigiéndose a mí, me aclaraba que todos aquellos mendigos la partían el alma, porque un hombre no tendría que andar así mendigando pan ajeno, pero que éstos que no sabían ni cómo se llamaban las cosas eran los que más pena le daban (Homenaje a José Jiménez Lozano, 2006).

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